
La globalización neoliberal, por un lado, y la segmentación o fragmentación del mercado de trabajo tradicional, por otro, son las dos grandes categorías con las que se pretende definir el futuro de nuestras sociedades.
Esta situación hace que la descentralización productiva constituya un proceso en el que las empresas grandes ceden determinadas fases productivas a empresas auxiliares o a trabajadores por cuenta propia. En los últimos años este proceso se ha intensificado notablemente de modo que se han conformado tejidos productivos muy fragmentados en la totalidad de las ramas, proliferación de trabajadores autónomos y de pequeñas y medianas empresas.
Si la fábrica flexible y la producción en red han demostrado que son capaces de adaptarse con rapidez a las variaciones de los mercados turbulentos y rápidamente cambiantes, con igual facilidad deberían adaptarse a parámetros de convivencia más libres, humanos y democráticos.
En medio de esta situación, el sindicalismo tiene nuevas dimensiones que explorar y para actuar, porque ya no solamente puede plantear su actividad de cara al Estado desmercantilizador keynesiano, sino al mercantilizador neoliberal. Por ello, debe desplegar y combinar la estrategia del conflicto, es decir, el nuevo universo mercantil, la cada vez más dispersa estructura industrial y las condiciones concretas de trabajo y vida, volviéndose hacia la vida cotidiana.
El esquema actual en el que se llevan a cabo las relaciones laborales, es en un marco de crisis, lo que hace imprescindible la reinterpretación de la cultura sindical, en momentos en los que se generalizan estrategias productivas, que ponen a la sociedad donde estaba la fábrica, puesto que la gran planta es sustituida por redes locales o globales de fabricación, estructuradas económicamente por la división de trabajo entre las empresas, pero desestructuradas socialmente por la fragmentación de un trabajador colectivo que ha perdido la gran industria como horizonte universal de referencia.
Por lo tanto, se trata de generar un nuevo discurso sindical que se oponga a esta nueva cultura de la fragmentación y se adapte a las condiciones de fuerte flexibilidad productiva impuesta por el modelo neoliberal. Un discurso que se exprese en términos multiculturales y socio diversos, para que sea capaz de recoger las evidencias cotidianas de que para reconstruir la ciudadanía es necesario articular diferencias y desigualdades en un nuevo pacto social que integre a los excluidos.
Las relaciones laborales, en un marco de crisis, exigen el diálogo entre un sindicalismo cada vez más atento a los nuevos modelos de trabajador disperso y difuso. Con los nuevos movimientos sociales sensibilizados a las identidades de los sujetos frágiles no laborales, es fundamental encontrar nuevos espacios de comunicación y de movilización.
El sindicalismo, para poder hacerle frente a su propia crisis y relegitimarse sobre planteamientos más amplios, puede converger, en un proyecto de sindicalismo sociopolítico, con movimientos sociales e iniciativas ciudadanas.
Para pasar de unas relaciones laborales en un marco de crisis a unas relaciones laborales en un marco de progreso, se hace indispensable materializar un modelo de desarrollo alternativo. Entre tanto, hagamos ingentes esfuerzos por no dejarnos arrinconar.